La inteligencia ultramoderna debería ser política, es decir, capaz de conocer la situación, evaluarla, inventar el modo de salir bien de ella,salir.
José Antonio Marina, Cronicas de la ultramodernidad.
Los últimos eventos sucedidos en el marco de la política última y actual corresponde a lo que Max Weber llamo “la ética de los fines últimos” para definir la vocación política.
El que actúa orientado por los fines últimos no siente responsabilidad por las consecuencias de sus actos, decide en función de sus intereses.
Para un sujeto que aspira en su real condición a un trabajo político “la ética de los fines últimos” no es ajena a su labor siempre que esta transite junto a su complemento, “la ética de la responsabilidad”, que constituye un soporte necesario y obligatorio.
El que actúa orientado por los fines últimos no siente responsabilidad por las consecuencias de sus actos, decide en función de sus intereses.
Para un sujeto que aspira en su real condición a un trabajo político “la ética de los fines últimos” no es ajena a su labor siempre que esta transite junto a su complemento, “la ética de la responsabilidad”, que constituye un soporte necesario y obligatorio.
Una ética de la responsabilidad (con sujetos capaces de decidir en función de las consecuencias y sentirse realmente y con toda su alma responsable, conociendo y enfrentando concientemente sus capacidades) debe tener como objeto una ética de los fines últimos como resultados concretos y visibles a la abstracción.
En nuestro país la política es un mal irremediable. La experiencia última representa la siguiente lección: No necesitamos políticos, necesitamos expertos. Expertos que puedan crear nuevas posibilidades, como las del sujeto ultramoderno de Marina, capaces de conocer la situación actual, evaluarla e inventar y razonar el modo de salir bien librado de ella. Un experto en descubrir nuevas posibilidades y enrumbar un nuevo camino a través de un nuevo proyecto, viable.
Aun confiamos y practicamos la democracia, la defendemos e idolatramos al tiempo que desconfiamos y descalificamos a los políticos-que-la-representan, en un acto perverso y estúpido de repetición que no hace sino generar desesperanza y resignación que a su vez marcan el camino hacia el retorno una vez mas de lo mismo (¿quienes lideran las encuestas? Humala y su propuesta totalitaria, un sucio y escrupuloso García, y una nunca bien acompañada Flores Nano; la ultima bajando y los primeros subiendo.)
Lo que necesitamos no es una rehabilitación de la política, claro está, necesitamos una rehabilitación del político, necesitamos ocuparnos en volver al sujeto y no a las instituciones para poder exigirle todo lo que a voluntad le corresponde. Históricamente muchos se han ocupado de la educación del político diseñándose durante el siglo se oro innumerables tratados.
Necesitamos políticos capaces no de pensar en términos generales, sino capaces de captar lo peculiar de cada situación, políticos capaces de integrar una amplia gama de posibilidades y conocimientos; no necesitamos políticos conservadores y dogmáticos que se creen salvadores y depositarios de una misión específica, tan obsesionados por el sistema y la globalización que se olvidan de mirar lo que ocurre a su alrededor, tan cerca. No necesitamos un presidente que se llene de orgullo y considere exitoso por resultados económicos, exitoso por haber cumplido una sola misión (macroeconómíca) luego de responsabilizar y tirar la papa caliente al anterior gobierno y su corrupción: Alejandro Toledo, tan orgulloso en el último CADE.
Necesitamos políticas de control ya que como sociedad no debemos desentendernos ni un momento de lo que sucede con los asuntos públicos. Thomas Jefferson lo explica en una carta a Edgar Carrington: “Si el pueblo se desentiende por un momento de los asuntos públicos, usted y yo, así como el Congreso, las asambleas, los jueces y los gobernantes nos convertiríamos en verdaderos lobos. Ésta parece ser la ley de nuestra naturaleza común, a pesar de las excepciones individuales”.
De lo contrario habremos llegado sin intentar, al fin último de nuestro relato: la tragedia.