Cristina Grossman, en cama, antes de dormir. Junio del 2005.
Llegue a pensar que quizá podría pasar toda mi vida con él. Que podría hacerme totalmente feliz. Pero me equivoqué. Yo no sabía si el realmente me amaba a pesar de repetirme todos los días la frase te amo. Si bien no me amaba (o mas bien yo dudaba de su amor) me hacia feliz. Pude haber cambiado cualquier cosa por su sonrisa. Conocía perfectamente cada una de las
regiones de mi cuerpo que observaba con una ternura solo capaz de movilizarme en ese momento. Pasaba su tiempo el solo y conmigo encerrados en su habitación. Afuera era como si tuviera que enfrentarme a todos y a poner a prueba ese amor que decía sentir. Hizo muchas cosas por mí, no lo puedo negar.
Yo quizá hice muy pocas a pesar y a pesar de intentar el cambio. El tiempo lo destruye todo y así mis visitas se hicieron cada vez mas seguidas. Intenté cosas nuevas pero siempre bajo ese fondo de inmadurez e inseguridad que no podía correr. Al poco tiempo llego ese día que termino siendo como el inicio, solo aparente. Su amor, o talvez el mío terminó convirtiéndose en sufrimiento, en dos sufrimientos iguales pero distintos, propio del amor o de lo que solíamos llamar amor. Su seguridad incrementaba la mía, insegura. ¿Por qué llegue a pensar que el era todo lo que yo necesitaba? ¿Por qué llegue a quitarle a cada gesto su contenido? ¿Y, por qué si encontrando en él todo lo que necesitaba jamás llegue a sentirme segura? Huir; huir se transformo en mi disciplina y lejos me sentía cada vez mas cerca. Mientras más cerca, más lejos. Jamás encontraría conmigo lo que necesitaba. Ni siquiera recuerda mi cumpleaños.