La nueva ola de desconfianza y preocupación (sumado a sucesos y excesos recientes de crímenes perpetrados por niñeras –que incluye una peruana- en los Estados Unidos) de los padres está en parte signada por el creciente culto a la competencia. El mercado y la oferta laboral alientan un medio educativo cada vez más competitivo en la dirección que toma la economía de mercado.
Una niñera en casa puede brindar –según su biografía- un soporte emocional y afectivo básico y adecuado para el niño en ausencia de sus padres en una sociedad donde el tiempo y los márgenes de la vida actual no cubren con las necesidades básicas de las personas. Es el soporte y el estímulo intelectual el que se nutre (como se sospecha) carente de las facultades para su desarrollo en un medio que, repito, se configura cada vez más competitivo. Y aquí presentamos un problema de raíz: la desvalorización del trabajo de cuidado y educación. Lo que Nancy Folbre, economista y feminista o, economista feminista como se autodefine, denomina el trabajo afectivo. Nancy Folbre hace una serie de observaciones sobre las que derivaré el tema en adelante.
El trabajo afectivo es el trabajo que implica conectar con otras personas e intentar ayudar a los demás a alcanzar sus objetivos. Cosas como el cuidado de los niños, el cuidado de los ancianos, enfermos o, como hemos visto anteriormente, la educación y la psicología. Todas estas consideradas formas de trabajo afectivo, desarrolladas en estos casos por enfermeras, niñeras, empleadas del hogar o voluntarias por una causa personal, docentes y psicólogos, médicos y psiquiatras.
Como economista, Nancy Folbre apunta a realizar un trazado sobre la calidad de las remuneraciones. La importancia de las características del trabajo afectivo no ha sido tema de los economistas ni de los sectores y poderes del estado para su necesaria y activa regulación.
En esencia y principio, la gente que realiza alguna de las formas de trabajo afectivo tiene que estar motivada intrínsecamente. Y esta motivación recompensada por estímulos situados más allá del dinero, sin que esto signifique un descuido en su remuneración y que no tengan que cobrar por su trabajo. El verdadero valor del trabajo afectivo es precisamente la pasión y el compromiso por la vocación y el ejercicio de trabajar con y para personas. Es esto lo que hace verdaderamente valioso el trabajo.
En el Perú, el empleo como trabajadora del hogar o nana al cuidado de los niños, bordea los 200 soles y no sobrepasa siquiera la mitad del sueldo mínimo vital.
Una de las preguntas que formula e intenta resolver Folbre es porqué, si el trabajo afectivo se paga tan mal e involucra tantas obligaciones y penalizaciones, las mujeres están todavía dispuestas a realizarlo. ¿De donde viene la oferta?
La subvaloración del trabajo afectivo tiene trascendencia histórica. Tradicionalmente ha sido realizado por mujeres y a un precio bajísimo, fuera de la economía de mercado. La construcción social de lo femenino configura una estrecha relación entre la mujer y el afecto básico. Es así como se ofrece el trabajo afectivo. Y hay una serie de factores que contribuyen a la devaluación del trabajo afectivo:
1. Se desarrolla fuera de la economía de mercado, en términos de regulación y control informal y fuera del alcance de la legislación laboral (el seguro social, las vacaciones, los horarios fijos y respetados, derechos y, sobretodo, deberes).
2. Al ser realizado por mujeres tiene un costo inferior. A las mujeres en general, se les paga menos que a los hombres.
3. La presencia del racismo y la tendencia a inferiorizar e interiorizar lo “cholo” en su calidad de vida, derecho y supervivencia. Recordemos que la mayor parte de trabajadoras del hogar provienen del ande.
4. La paradoja del debilitamiento del control paternalista: en términos de elección individual, las mujeres gozan de mayor autonomía y libertad. Presencia en la actividad profesional y económica. Mayor espacio para desenvolverse y desligarse de una configuración tradicional y estereotipada de lo femenino (1). La paradoja es la siguiente: hay menos presión de las mujeres para realizar su trabajo afectivo. Si no lo hace ella, ¿quién está entonces bajo la presión de realizarlo? Aquí volvemos nuevamente al problema. Analizando desde la perspectiva económica y de mercado suponemos que el mismo mercado resuelve el problema: el trabajo afectivo escasea, el mercado le dará un empuje y así el precio y costo de su servicio aumenta y todo bien. Utópico. Siempre hay alguien dispuesto a realizarlo al precio que sea en nuestro contexto y mercado. De modo que su desarrollo para una mayor oferta y costo de servicios tanto como de calidad de trabajo, es un tema que invita a ser re-elaborado creativamente.
5. De lo anterior viene la redundancia: todavía hay muchas mujeres (y con esto la demanda) realizando trabajo afectivo a costos muy reducidos, informalmente. Su devaluación es continua.
6. La persona que realizan trabajo afectivo, se preocupa por la gente que está cuidando. De este modo resulta difícil que se declare en huelga o suspenda su trabajo por falta de pago o atraso. Son, como señala Folbre, rehenes de su propio compromiso y afecto. Imaginen una gran huelga de enfermeras (¿Y los enfermos?) o una de niñeras (¿Y los niñitos? ¡Que culpa tendrán ellos! ¿Y si me cambian por otra y pierdo mi trabajo?) Pienso en el grupo de damas voluntarias del Larco Herrera y otras instituciones. Su conexión con personas distintas a ellas. La conexión con personas distintas a nosotros. Una verdadera conexión de responsabilidad. Si su trabajo fuera remunerado, ¿cuánto derecho tendrían estas mujeres dedicadas a un buen sueldo?
El cuidar y atender a los demás requiere una APTITUD. Aptitud que si practicas y disfrutas de ella, puedes sacarle provecho. Requiere una economía alternativa. Preparación adecuada y constante. Nuevos y mejores conocimientos. Posibilidades de un contacto cada vez más saludable. Un desarrollo técnico responsable.
La falta de atención a este servicio posibilita la mudanza hacia otros sistemas que se perciben con más seguridad, amparados por las nuevas tecnologías de la comunicación y la regulación virtual frente a la pérdida del cuerpo propio como lo he comentado anteriormente en Una gran familia feliz.
El mercado tendrá que organizarse así en función de los afectos. Favoreciendo el contacto real y humano.
(1) Gilles Lipovetsky la llama, desarrolla ampliamente y titula en su libro, La tercera mujer.
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