imágenes sin resolver

El concierto se inició exacto con In the flesh y el alboroto de las miles de personas que conformamos en horas una multitud envidiable. Y en esa multitud envidiable se encontraban esparcidos en distintas zonas-finalmente, cualquier zona era la misma- los mismo amigos-algunos con una pareja nueva obligada a escuchar lo mismo- que visitaban mi casa cargados de discos y conciertos que terminaban de conseguir en plena efervescencia del mp3 y el dvd. Estos mismos amigos-en un acto de entera justicia- dejaron de visitarme cuando un nuevo amigo les ofreció ver los mismos videos en su casa. La diferencia- primera de dos- era que este les ofrecía el pago por el alquiler de un cañón multimedia que proyectaba el concierto en uno de los amplios muros que soportaban el peso de la vieja casona en que vivía. La otra diferencia sería que desde ese momento dejarían de ser recibidos por el amigo que cuestionaba cansado sus preferencias y su inerte monotía musical con un “¿más Pink Floyd? ¿Otra vez Roger Waters?”Así fui perdiendo y ganando a Pink Floyd y a estos amigos. Pinkfloymaniacos por naturaleza y perversión. Hoy, estoy seguro, podrán mirarme a los ojos y podrán preguntarme ahora ellos: ¿Otra vez Roger Waters?

Seguro que existe un antes y después del concierto en la vida de muchas personas. Un amigo aquí en Lima lleva por décadas el apodo de Waters. Y está feliz porque el rayo o que atravesó el prisma se proyectó hasta su rostro, ubicado en la tribuna. Vimos el prisma y el rayo de luz que durante 33 años coloreó la portada del Dark side of the moon. Frente a nosotros.


El primer regalo que recuerdo que recibí de mi padrino cuando tenía 12 años fue un póster del recién estrenado film de Alan Parker y Pink Floyd: The Wall. Junto al afiche, una de las paredes de mi púber dormitorio lucía además un dibujo hecho por el mismo padrino fanático. Y hace dos años o quizá tres, con una envidiable y rara sonrisa, mi padrino afirmaba haber conseguido en Polvos Azules y no sé si recuerdo bien o quizá fue en algún otro lugar, el demo del The Wall, que contenía las primeras grabaciones y piezas abandonadas y primeros bocetos de lo que se convertiría en himno universal y transgeneracional: Another brick in the wall. El mismo que fue coreado por un grupo de niños limeños que lucía la frase “El miedo contruye barreras” en sus polos la noche del concierto. Muy emotivo.

Las manos inexplicables sobre la cabeza.

Fui al concierto con julio -que ubicado en mejor posición tomó estas fotos-, mi amigo, mi cómplice, mi hermano; un ángel caído del cielo y del catre, que llegó de Trujillo trayendo consigo Brasil, de John Updike, en una bonita edición para mí. Fue mi primer regalo. Es uno de esos amigos que a uno le devuelve la esperanza. Y parte de la vida.

A menudo, consideramos que un acto solo puede rozar la perfección. Jamás alcanzarla. Quienes estuvimos la noche del lunes frente a uno de los genios de Pink Floyd acompañado de otros genios presentes y ausentes, no rozamos la perfección. La vimos. La alcanzamos. Frente y alrededor de nosotros. Esa noche todo fue perfecto. Todo.