Tomamos una hora de tiempo para almorzar en un restaurante a 3 horas de nuestra salida. No se que comió la gente, el caso es que muchos empezaron a sufrir problemas digestivos y estomacales, por lo que el bus tuvo que detenerse en varios pueblos del camino para que los afectados ocupen las necesidades de su regulación fisiológica. Esto tomó otro tiempo considerable. Le sumamos a esto la afección de un pequeño de 2 años con el mismo problema. Vómitos y diarrea.
Las paradas tomaron su tiempo y el viaje tomó el tiempo normal a estos casos (claro, esto significó a su vez soportar una tarde de películas con la figura de Steven Seagal y sus Greatest Hits), algunos minutos de retraso. El calor y la posible espera de la familia de algunos pasajeros en el Terminal terrestre posibilitó el alboroto. La gente empezó a protestar por la velocidad del bus. Colmaron al chofer de injurias y acusaciones. El chofer intentó explicar el problema: algunos pasajeros con el estómago delicado y un niño que sufría de vómitos constantes a lo largo del viaje. “Señores, por favor comprendan”.
A la gente no le interesaba el problema. Querían hacer el viaje en las “8 horas” correspondientes a la ruta nocturna. Exigían al chofer velocidad. Este intentaba explicar nuevamente que tiene que seguir la reglas: “No puede correr a más de 100km. por hora.”
¿Hasta donde he querido llegar con esta breve relato?
Primero, intentar comprender la responsabilidad de los choferes y pasajeros en los accidentes de carretera. Lo común es adueñar al chofer de lo sucedido. Qué la velocidad, que su imprudencia, que si se quedó dormido. Pero, ¿cuánto de responsabilidad nos otorgamos como pasajeros? La respuesta luego de lo sucedido, para mí es evidente. En que circunstancias en su emocionar habrá regresado el chofer del bus a conducir y tomar nuevamente la ruta. Hay diferencias notables en nuestro accionar luego de determinados eventos emocionales. Significativamente, ¿Cómo conduciríamos luego de que un grupo de personas nos exigen a gritos mayor velocidad y nos señalan ineficientes? ¿Cómo conducir frente a un grupo casi total que nos presiona? Es obvia la respuesta.
Las posibilidades de una buena convivencia tienen en la comprensión por el otro su primer paso. Si nos vemos imposibilitados de poder situarnos en una experiencia distinta que involucre, como en este caso, flexibilidad frente a una situación, estamos perdidos. Si percibimos al otro simplemente como otro ilegítimo, fuera de mí, estamos perdidos. Y eso parece suceder. Somos incapaces de ver al otro con otro legítimo, distinto, fuera de nosotros.
Esto, y la voluntad, son lo que hacen difícil una convivencia humana saludable. Sencilla. ¿Queremos realmente convivir con el otro? Es la primera pregunta.
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